Como consecuencia de la creciente expectativa de vida lograda en las últimas décadas, se vuelve indispensable, entre los miembros de la familia, negociar roles intergeneracionales cada vez más complejos.
Los padres siguen activos cuando los hijos establecen sus propios hogares y los abuelos transitan una vejez extendida que exige cuidados y atención. Y aunque estos vínculos se caracterizan en general por la calidez y el afecto, también incluyen intensos sentimientos de ansiedad, estrés y tensión.
Cuando los hijos se hacen adultos, es natural que se reacomoden las relaciones con los padres. Cada etapa de la vida exige un ajuste, y cuando los padres ya han logrado superar la etapa de los hijos pequeños que los necesitan y de los hijos adolescentes que reclaman su independencia, se enfrentan con la difícil realidad de una relación menos predeterminada y marcada ahora no sólo por el mundo conocido por los padres, sino por los "nuevos mundos" de los hijos adultos.
Esta situación implica la existencia de lazos ambivalentes, la inclusión de sentimientos y opiniones tanto positivas como negativas de una persona hacia la otra, con las dificultades en los vínculos que esto conlleva.
Los hijos adultos transforman su visión de sus padres. Han pasado de la idealización de la infancia (donde los padres lo pueden todo) a la desvalorización de la adolescencia (en la que los padres no entienden nada) para llegar muchas veces a una percepción más precisa de los padres como seres humanos imperfectos.
Sin embargo, en otros casos se establece una lamentable desilusión que trae consigo expectativas poco realistas que incrementan la frustración y la incomprensión.
Este proceso también ocurre desde los padres hacia los hijos. Cuando no se sienten necesitados, cuando pierden el control, cuando esperan que los hijos sean un reflejo perfecto de sus deseos, los padres suelen reaccionar con intransigencia y hasta con despotismo.
Sin embargo, la familia es el lugar donde se comparten los afectos, donde se espera ser escuchado y atendido, donde se busca apoyo, protección y compañía. La psicóloga Julieta Oddone afirma que "la familia es un lugar de solidaridad" y que "la solidaridad en los vínculos entre padres e hijos adultos implica un proceso de cooperación y reconocimiento mutuo".
Me parece importante este concepto que incluye la "mutualidad en el reconocimiento", ya que una problemática frecuente es que los padres se resisten a aceptar que al terminar la función de cuidado, consejo y guía con los hijos, estos quedan abiertos a la confianza y al "estar presentes". Por otra parte, no siempre los hijos son conscientes de que los padres envejecen y que pueden necesitar gestos y actitudes que expresen interés, tolerancia y atención.
"La solidaridad en la familia" dice la psicóloga Judy Jaskilevich, "no es vertical, de padres a hijos. Es circular, de hijos a padres, nietos a abuelos, de abuelos a nietos, de hermanos entre sí."
Yo me atrevería a decir que no siempre "es", pero que "debería ser" así. Cuando esa circularidad se deforma, cuando persisten rastros de la verticalidad propia de otras etapas evolutivas, sería saludable revisar cuáles son las fuerzas que pugnan por impedir la mejor geometría emocional.
Weisz es psicoterapeuta en Dallas. Puede escribirle a reflexiones_rw@hotmail.com o llamar al 972-248-8416.
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