San Cristóbal de las Casas, México – La fila de autos crecía y los ánimos se caldeaban en un inesperado retén sobre la carretera entre Ocosingo y las ruinas mayas de Palenque, Chiapas.
Treinta indígenas tzetzales habían colocado troncos sobre el asfalto y explicaban a choferes de camiones de carga y autobuses de pasajeros que la expansión de la carretera propuesta por el gobierno estatal dañará el medio ambiente y los desplazará de sus ejidos.
"No permitiremos que el mal gobierno nos quite nuestra Madre Tierra para beneficiar a ricos y despojar al pueblo", explicaba Leonardo Moreno, un líder indígena, a los agitados transportistas.
Cuando los razonamientos fallaron, vinieron las amenazas.
"Aquí manda el pueblo. Si no obedeces, te vas a la cárcel. Lees revistas, descansas, pagas multa de 5,000 pesos ($450), te vas a casa", dijo Moreno a un chofer que cruzó los troncos.
La acción del lluvioso 15 de octubre a cargo de la "sexta" del ejido San Sebastían Bachajón es parte de lo que algunos observadores llaman una "revolución de baja intensidad" inspirada por Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
El EZLN este año cumplió dos décadas en rebelión, y aunque su influencia en la macropolítica mexicana es escasa, sigue fomentando la autonomía y los derechos civiles de indígenas que hasta antes de 1994 eran ciudadanos de segunda clase, según observadores.
"Con el levantamiento zapatista las cosas cambiaron. Hubo una erupción de conciencia y fortaleza de los indígenas que impactó la forma de percibirlos", explicó Gonzalo Ituarte, superior de los dominicos y ex vicario para la Paz de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas.
"Me recuerda la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos… los (afroamericanos) se hicieron visibles, gritaron fuerte y a veces de manera insolente porque habían estado sometidos de una manera brutal por tanto tiempo".
Ituarte señaló que hace algunas décadas la sociedad chiapaneca no permitía a los indígenas tzotziles, tzetzales, chols o tojolabales caminar sobre la misma banqueta que los blancos y mestizos o residir en San Cristóbal a menos que trabajaran para alguna familia.
"Era una actitud absolutamente racista… había una cultura de segregación, de desprecio, de utilización, de abuso", dijo Ituarte.
A 20 años de que más de 2,000 hombres armados – la mayoría indígenas y con la cara cubierta por pasamontañas – tomaran por la fuerza siete municipios de Chiapas, los indígenas son parte de la vida cotidiana de San Cristóbal.
Mujeres y niñas que venden artesanías en la plaza principal casualmente contestan sus teléfonos celulares en tzotzil; los indígenas son clientes frecuentes en tiendas de ropa y abarrotes; y un locatario del mercado Santo Domingo pudo ser observado ayudando a su hija a hacer su tarea en una laptop, ambos hablando tzotzil.
Mujeres indígenas lucen sus vestidos tradicionales durante el Día de Santa Rosa en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Wendi Pacheco, de Santa Cruz, Calif., observa el mural de la escuela primaria en Oventic, uno de los municipios autónomos de Chiapas bajo control de Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Ignacio Pérez, un activista de Chenalhó, denuncia las amenazas que han recibido vecinos de ese poblado de Chiapas a manos de paramilitares que quieren despojarlos de sus tierras.
Un adulto mayor ayuda a niños tzotziles a practicar a escribir en español en las afueras de un café en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Roberto Corona (izq.) habla sobre el movimiento zapatista ante un grupo de estudiantes de Texas y California este mes en el Teatro Flor Candela de Dallas.
Estas son algunas de las viviendas en Oventic, uno de los municipios autónomos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas.
Varios choferes se muestran frustados durante un bloqueo sorpresivo sobre la carretera Ocosingo-Palenque en Chiapas.
Mario Collazo Gómez administra un albergue para niños tzotziles de escasos recursos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Un miembro del comité de vigilancia escolta a una estudiante estadounidense que recibió permiso para visitar la aldea zapatista de Oventic, Chiapas.
En un café de la zona turística, la encargada amonestaba a una empleada por negar la entrada a una niña indígena que vendía collares y pulseras de ámbar. "Si viene a trabajar, déjala", instruyó.
Para los indígenas de Chiapas, algunas cosas han cambiado a partir del levantamiento. "Ahora, cuando menos, se les tiene miedo", dijo Ituarte.
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