Las páginas pasan por sus manos como frágiles hojas secas. La memoria las humedece, recortes de periódico en sepia de julio de 1973, guardados en el viejo álbum verde.
Fue el año en que su segundo hijo, Santos Rodríguez, de 12 años, fue asesinado de un disparo durante un macabro juego de ruleta por parte de un policía de Dallas.
"Estaba esposado", dice Bessie Rodríguez, de 69 años, en tono inmutable y directo.
"No le dieron oportunidad. No tenía cómo defenderse. En el juicio dijeron que el policía sabía lo que hacía, aterrorizándolo con la ruleta rusa. Apretó la pistola una vez… y luego la apretó otra vez".
Para muchos, la muerte de Santos fue como la de un hijo propio, de un hermano. Esa herida moral en la comunidad mexicoamericana perduró.
Ahora, 40 años después, varias organizaciones están decididas a que la muerte de Santos no se olvide.
Movimiento de derechos civiles
Dicen que el dolor se marchita y las heridas sanan; pero en el caso de esta madre no ocurre así.
Años de adversidad le han dejado mucho dolor a Rodríguez.
Mientras que otros en Dallas hablan tranquilamente de cómo aquel asesinato sacudió las relaciones raciales y de clase, motivó más supervisión a la policía y generó brotes de liderazgo hispano, la madre de Santos busca alguna frase redentora.
Solo alcanza a decir: "Supongo que Dios necesitaba algún ayudante allá arriba, no a mí".
Rodríguez todavía vive en Dallas, pero lejos del viejo barrio de Little Mexico en las orillas del centro, donde ocurrió el homicidio.
La pequeña sala de su casa es como un altar a Santos. Un retrato de su hijo con crayones pastel domina una pared.
Hay fotos de él de cuando era niño, con un sombrero de paja, montando guardia con su hermano David, de 5 años.
En una de las últimas fotos de Santos en vida, se le ve recargado en un reluciente vehículo naranja.
Debajo de las fotos, una carta enmarcada del entonces presidente Jimmy Carter reposa sobre la mesa.
"La brutalidad y el sinsentido del asesinato es condenable", escribió el presidente a Rodríguez en papel membretado de la Casa Blanca. "Espero que se haya hecho justicia con el vigoroso juicio del estado y la condena del oficial por asesinato con dolo. Al final, sé que ninguna acción podrá compensar la pérdida innecesaria de una vida".
La carta subrayaba la negativa del Departamento de Justicia en 1978 de procesar al oficial de policía bajo los estatutos federales de derechos civiles.
En su juicio estatal, un jurado condenó al oficial Darrell L. Cain de homicidio doloso, la acusación más dura en ese tiempo. Pero su sentencia fue de cinco años de cárcel, reducida a la mitad por buena conducta.
Durante su juicio, Cain admitió haber usado una Magnum .357 durante un interrogatorio en su carro de patrulla.
Santos y su hermano David, de 13 años, estaban esposados en el auto cuando la bala penetró la cabeza del niño cerca de su mejilla izquierda, atravesó su cerebro y se alojó en el lado derecho de su cabeza.
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