Investigaciones efectuadas hace años parecían describir un cuadro pesimista de la vida en las familias con niños. Los resultados sugerían que el grado de bienestar de la pareja era menos satisfactorio al compararse con parejas sin hijos.
Pero un estudio reciente publicado por las universidades de Princeton y Stony Brook (Diciembre 2013) indica que las diferencias son mínimas, particularmente cuando el tener hijos o no tenerlos es muchas veces consecuencia de una decisión consciente.
Esto lleva a pensar que quizás el sentimiento de vivir una vida plena y satisfactoria es mucho más complejo y depende en gran parte de factores internos y de personalidad, y que la existencia o no de los hijos no es un dato causal ni relevante por sí mismo.
Hoy quiero poner mi atención en algunas observaciones que han surgido de estos estudios, entre ellas la de que las parejas con hijos experimentan emociones más extremas (más goce y más angustia), y de que la mujer que tiene hijos declara ser más feliz con su vida, aunque quizás tenga menor satisfacción en la relación con su esposo. Es notable también la tendencia de la mujer a expresar que sus hijos constituyen lo más importante en sus vidas, mientras que el hombre suele enfatizar a la pareja.
Al identificar el factor más importante que origina frustración en la pareja con hijos, notamos un cambio en las prioridades y un desplazamiento de la atención hacia los hijos, en detrimento de la pareja.
Es indudable que disminuye la disponibilidad de tiempo para el desarrollo individual de los adultos y que el nivel de estrés aumenta en las familias con niños, y es posible que esta realidad explique las dificultades de los padres para seguir conectados desde la perspectiva de cuando eran sólo dos.
Es frecuente que los padres se quejen de que la esposa se vuelca demasiado en los hijos y que las madres sientan que las responsabilidades provocan el distanciamiento de la pareja. Sin embargo, en la clínica a veces es difícil discriminar si son los hijos los que producen un desequilibrio en la balanza afectiva, o si la dificultad radica en superar sentimientos de rivalidad y exclusión, que quizás se arrastran de etapas previas a la pareja misma, y que antes de los hijos era más fácil que pasaran inadvertidas.
Uno de los problemas consiste en permitir que, por cansancio y por falta de tiempo, cada uno de los miembros de la pareja pierda de vista al otro e incluso se descuide a sí mismo. Si antes los "encuentros" ocurrían espontáneamente, es necesario buscar y crear de una manera deliberada, oportunidades para estar juntos y recuperar la intimidad perdida. Se sobreentiende que aludimos a un sentido amplio de la intimidad, que va mucho más allá de lo erótico-sexual. Aunque en ese nivel "de piel" la pareja siga conservando un buen funcionamiento, muchas veces el deterioro pasa por la pérdida del diálogo, del interés de cada uno por los proyectos del otro.
Hay que recordar que cada uno es responsable por su vida, y hay que estar atentos a las señales que nos indiquen que "algo anda mal" y tener la valentía de mantener una comunicación abierta con nuestra pareja.
El psicólogo Andrew Marshall recomienda "recuperar los espacios perdidos", metáfora que también indica tener lugares y tiempos para la pareja que no incluyan a los hijos.
El pilar de la familia son los padres, y todos tendrán una mejor calidad de vida si se priorizan las libertades, las independencias y los permisos, y se evita caer en la apología extrema de "entrega incondicional y sacrificio por el bien de los hijos".
Weisz es psicoterapeuta en Dallas. Puede escribirle a reflexiones_rw@hotmail.com
